Esto le oí yo gritar
a mi abuelo, allá en la casa,
en los tiempos de la guerra,
cuando la gente era mala
y se dejaba llevar
por los instintos de caza:
“Cuando veas al niño asomar
entre el muro y esas cañas,
¡dispara, dispara!
Que si el cántaro nos roba,
con el cántaro va el agua
y con el agua va todo,
menos la sed,
¡maldita su alma!
Cuando veas al niño asomar,
¡dispara, dispara!”
Cuando el niño se asomó,
le di de lleno en la cara.
Quedó un agujero en la frente,
que era amplia y despejada,
y el fulgor de la pólvora
le quemó hasta las pestañas.
El cántaro aquí se quedó
y con el cántaro el agua,
con el agua hicimos sopa
y con el niño carne asada.
Mi abuelo lo cuarteó
y mi madre hizo la salsa.
Yo me comí los dos pies,
cociditos en su grasa,
mi abuelo las blandas nalgas
y mi madre, con las tripas,
guisó sabrosa fritanga.
Y aún quedaron los jamones,
los bracitos y la espalda,
que pusimos en salmuera,
por si la guerra duraba.
Y mucho duró la guerra
más que la carne adobada.
Cuando todo terminó,
mi abuelo quedó en la zanja,
pero aún le escucho gritar:
“Cuando veas al niño asomar
entre el muro y esas cañas,
¡dispara, dispara!”
08-06-08
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